lunes, 6 de septiembre de 2010

Los cuerpos

¿Cuánto cuerpo deseas ponerle a la literatura? En ésta se podría hacer una cartografía de los cuerpos: cuerpos enrarecidos, monstruosos, eclipsados... En fin, millones de cuerpos convalecientes que parecen desbordar los límites de lo contable (en el sentido más matemático posible).
En Pasolini podemos encontrar ese cuerpo que no posee la capacidad de mirar su condición social y que, por lo tanto, no se decide a producir una máquina con sus deseos. Ese cuerpo, completamente eclipsado y pálido, no puede tener conciencia de clase. No encuentra, en sus formas discursivas de abordar el mundo, la salida para desarticular su espacio social (que no es sólo simbólico sino que es una marca, un estigma en el cuerpo) y fugarse, mediante una salida mística o mesiánica, de sus condiciones de producción de su propio cuerpo. Este autor dice en Teorema:

Lo que en él es pálido es otra cosa: la humanidad, el mundo, su clase social.
Sus ojos son muy inteligentes: pero su inteligencia está como enturbiada por una enfermedad intelectual, de la cual Pedro no se da cuenta, resarcido como está por la seguridad que su nacimiento le ofrece a comprender y actuar.
Por eso, existe un obstáculo inicial que le impide, fatalmente, comprender y sobre todo admitir lo que ahora le sucede. Para poder ejercitar, realmente y con sentido de la realidad, su inteligencia, debería rehacerse de pies a cabeza. Es su clase social la que vive una vida verdadera en él.

Esta clase social que no sólo produce una mirada economicista del mundo, también sexual, erótica, será desbordada por el huésped que, de manera sagrada, va a la casa pequeño-burguesa a abrir los caminos a las orientaciones sexuales de esa casa (esto está mostrado literalmente: el huésped se va por un camino y todos los habitantes de esa casa siguen ese camino buscando desarmar su condición de frígidos pequeño-burgueses).
Otra articulación del cuerpo hará Castaneda en su celebérrimo Las enseñanzas de Don Juan. Si en Pasolini se ponía como escena de juicio la triada clase social- orientación sexual- conciencia de clase, en Castaneda se propondrá la triada experiencia alucinatoria- concepción de la realidad- aprendizaje.
La salida también será una vía mística o mesiánica donde la experiencia alucinatoria permite un aprendizaje de un modo no cotidiano de percibir la realidad. Ya no se pondría en juego el cuerpo como preformado por la clase social, sino el cuerpo como preformado por una visión occidental- racional de percibir los hechos del mundo que lo rodea. El problema de Castaneda, más que un problema político, es un problema fenomenológico: ¿De qué manera se perciben los fenómenos cuando el cuerpo se mantiene fuera de sí, en una fuga alucinatoria?

- ¿Quiere usted decir que yo en realidad no tenía cuerpo?
- ¿Tú qué piensas?
- Bueno, no sé. Nada más puedo decirle lo que sentí.
- Eso es todo lo que hay en realidad: lo que sentiste.
- ¿Pero cómo me vio usted, don Juan? ¿Qué parecía yo?

La vía de Castaneda produce una fuga del cuerpo de sí mismo. Es el cuerpo alucinatorio el que presenta un desafasaje con la visión cartesiana, clara y distinta que prevalece en el imaginario científico de la cultura occidental.

Podría nombrar otros ejemplos de cuerpos desarticulados, eclipsados o monstruosos como en Kafka, Burroughs, Artaud, Melville, Sade, Quevedo, Perlongher, Sófocles, Etchevarria... En fin, esto es sólo un principio para una arqueología de cuerpos en la literatura occidental, un puntapie inicial para el que quiera buscar.

viernes, 6 de agosto de 2010

El rocín que, a tranco místico, se asoma

Tanta polvareda dejó ese caballo místico,
al tranco lento, nómada, se asoma
hacia la tierra celeste va viajando.
Acá lo espera la vieja bruja con mate
calientito y no espumoso, no de esos
mates pa’ pelar chanchos sino como
un cimbronazo suave de púas que
alientan el desparpajo general de la pava.
(ella siempre metiendo yuyo por donde mira)
El tranco, que como espejismo, se asoma
lento y agotado, implora esa salvación
a la criolla que nunca tuvo. Escaparse
por el cañaveral y ver la luz que la bruja
protege, por las noches, en el rancho.
Asumir la fuerza motriz que lo eleva y
da revancha a la muerte abrasadora.
Así, como brasitas del asado que se
van apagando mientras el tranco,
el redomón sigue cautivo de las muletas
que utiliza como patas para el cielo,
como el viento para el cielo, como la
nieve que nunca cae en el desierto
pampeano. La nieve que espera, cautiva,
indómita, el aluvión para brotar nuevamente
después de años y años de espera.
El latir del caballo y la polvareda, la marca negra
que el rocín deja en el horizonte
marca el paso de la vuelta a la cueva,
al mate bien calientito y a la bruja que espera,
con yuyos, la vuelta del pampeano nómada
que al tranco vuelve a la catrera.
(ya sin saber que el ritmo ahoga el tiempo,
que el tiempo se vuelve cosa de negros
y estadounidenses el guacho celeste
a paso lento, sin la menor idea de su latir,
encuentra el sentimiento del eterno en el horizonte)
Dale rebenque gaucho celeste
que se envuelva tu tranco en el universo,
la mueca viseral de la naturaleza que te envuelva
para volver a latir airoso en tu encuentro.
Despacio abrirás una ciudadela, un lugar
dorado que te entienda. Volver siniestras
las partículas de polvo, que ellas te ayuden
en tu vuelta. Ya el sol nos baño por completo,
ahora se aprecia el frío del atardecer, fuego
tierno que nos baña como luz de alumbrera.
Ya el cansancio de la labor, la oración de la vuelta
en esa pampa celeste que como un país se genera.
Ahí te veo, Ahí te vuelves y sin ser meloso
ni ser ternero, te busco redomón para que
me enseñes la vuelta a este campo sideral,
a este paraíso subfluvial que en el fuego se encierra.
Ni un átomo queda afuera de tu camino y tu andar
y, la bruja en el umbral, con el llantén te espera
para hacerte masajitos de esos que te gustan.
Esperar, no más, esperar, que la vuelta se haga
sola, con la voz quebrada de andar por el desierto.
Nadie como vos, gaucho místico, sabe leer las flores
de cardo, las huellas que se esconden atrás de los huecos
en la tierra. Oler la lluvia a la distancia, soñar el sol
del día que viene, ver el paraíso renacer, el árbol solo
al lado del río, la sombra que a naides da ese amigo.
Vos, a ese tranco, sabes la música atonal de las calandrias,
el cantar agónico del cuis y la mirada fija de los búhos.
La bruja, con el caldero, con el guiso para la noche,
con los yuyos en el mate que reaniman el gargero.
Te encuentro único como mi canto desairado,
fatal como tu sabiduría del libro de la naturaleza:
leer el árbol, la piedra y la bruja, los sonidos
de las brasas, el rumor de la humareda, y
presentir, como si nada, el silencio que te encierra.
Silencio que no duele en el alma que es unión con
la pampa entera. Y decían que acá había sólo dos colores…
y decían que sólo se encontraba miseria…
no saben los que hablan de vos al rumor al que se enfrentan.
Gaucho celeste, la vuelta a la casa después de la leva
es tu mayor ofrenda a la madre tierra.
Y si huyes de tu madre, vuelve con la bruja que te envenena,
que ella, con inteligencia, sabrá lo que debes hacer.
Verá en tus ojos las marcas de los árboles, el saber sencillo
de los búhos, el aroma del llantén, el ardor de la naturaleza.

este poema está escrito en memoria de Francisco Madariaga, el gaucho del universo.

sábado, 31 de julio de 2010

Vacaciones

1. Si la música mántrica que me envuelve ahora, un house de Gui Boratto llamado Division tiene olor a ciertas hormonas que salen de nuestro cuerpo cuando corremos, cogemos o nos tomamos una pastilla de éxtasis no es culpa mía.

2. Algo de mántrico también tiene que tener el libro Centralasia de Roberto Echavarren, un viaje transgenérico sobre tierras orientales, difusas. Y si el lector nos sigue (o quizás repetiremos siempre lo mismo pero con variaciones), intentamos saber qué tienen en común estas cosas.

3. Repito: viajé con Centralasia tanto como cuando viajamos, con mi aliado, al campito en Carlos Keen de mis viejos. Dejó una parte para que lo ausculten:

"La acción que todo lo mueve, es una.
Cualquier acto repercute en la masa de lo existente.
Todo acto es resultado de otro y origen de nuevos actos,
una complicación profunda, una responsabilidad.
Proviene del deseo, pues la ignorancia
que nos hace querer esto así o asá
es nuestro mejor guía.
El conocimiento nos daría el no desear,
entonces cesarían afinidades y repulsiones.
En el instante en que se parara el deseo
se pararía la rueda,
prerrogativas del bienestar, carencia del dolor,
grado avanzado y boca diminuta,
víctima de retortijones.
Las representaciones no quedan atrás
de las torturas imaginadas;
se representa entre otros el tormento del fuego
en país frigidísimo.
El mayor mal de este infierno es la mente."

4. En el campo de Carlos Keen, lugar donde conocí a Nak y a Romina Freschi (sin conocerlos todavía, hace unos años, en el festival Campo Konex), inauguramos nuestra guarida con incienso y eucaliptos, nos limitamos a volver nuestros cuerpos dorados e imaginar una estática salvaje alrededor nuestro. Derivamos visiones en realidades y realidades que se hacían, mágicamente, visiones. Un infierno maravilloso esa noche de miércoles que se conectó con la gran ciudad, seguramente, por algún canal.
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5. Me van a decir que no entienden: It´s the barroco, baby. Una noche que nadie escuchó mis poemas, leí.... juro que leí, pero nadie prestó atención. Algunos amigos nomás (que saben que los quiero mucho). Es así, Héctor, somos cavernícolas y la letra del loco no se vende.
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6. Algo me recuerda que nos suspendimos con la Freschi... hablamos mucho, hacía tanto que no la veía. Medusario: una bomba de tiempo. ¡Qué bueno que existan libros-bomba, misiles que exploten en ningún lugar, letra de locos!
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7. También hubo lugares donde falté por cuestiones presupuestarias, pero activaron zonas inesperadas en mí, de eso estoy seguro. Luc me regaló unas lindas armas de Burroughs y Apollinaire (autor que leí a los quince años sin saber qué era el surrealismo). Ser un misil teledirigido o no ser un misil teledirigido, esa es la pregunta.

jueves, 24 de junio de 2010

Imaginación heterogenética

Invento algunos postulados. Postulados no suceptibles de un encastre simétrico y sistemático, sino como un espacio pentagramático donde contraer y expandir fuerzas. Estos postulados surgen a la luz de la experiencia, sobre todo, de la experiencia de estar escribiendo una serie de poemas que le puse como nombre Suspensión.
En principio, encuentro el espacio del entresueño en el que estoy sumergido ahora (a las 7 de la mañana) mientras escribo esto: espacio transicional entre universos.
Universos que crean su propia librería experiencial: por un lado, los textos que leí, por otro lado, los textos que nunca leí y que se sueñan como posibilidades errantes. Al mismo tiempo existe el mundo con su miasma dinámica, a la vez simbólica y real: sabemos que, mediante los granos de polvo que vemos en los rayos de luz que atraviesan una ventana, podemos vislumbrar la idea del átomo.
Triada que compone el cuarto elemento: ese no se qué que tienen, en algún tango, las callecitas de Buenos Aires. Ese no se qué incomprensible pero que está, sabemos decididamente que está. Y si hay cuarto elemento, es seguro que haya quinto, sexto, séptimo y al infinito."El que no tiene universos que lanzar sólo hará palabras"(Bustos). Y los que transitan universos generarán campos en movimiento que sustenten su huida musical, pentagramática.
Así la suspensión de la palabra es ese momento literal donde levantamos la vista de la página y miramos alrededor (sin mirar), nos sumergimos en ese otro estado que no tiene nada que ver con lo que estabamos leyendo pero, a la vez, eso fue el causante de la declinación a un universo diferente:
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"Para evocar los valores de intimidad, es preciso, paradójicamente, inducir al lector, a un estado de lectura suspensa. Es en el momento en que los ojos del lector abandonan el libro, cuando la evocación de mi cuarto puede convertirse en umbral de onirismo para los demás."
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Este es Bachelard y sus imágenes-sueño que forman ese pentagrama por el que oir la música de nuestros propios sueños. Ya no se trata de palabras sino de pulsaciones que tocar intimamente en el otro, el lector. Es a la médula salvaje a la que se apunta y no a la mirada rectificadora del saber claro y distinto. Esta es la gran diferencia entre la metáfora, siempre tan intelectualizada, siempre tan dócil y la imagen, extracción suspensa de universos en movimiento.
Desde la imagen en movimiento se produce un efecto de cromatismos, tonalidades, acercamientos y alejamientos, sonidos que vibran, reverberan, fluyen. Toda una poética que comienza a rodar en occidente desde la música electroacústica, con John Cage y Mauricio Kagel, se conforma con Brian Eno y Philip Glass, y que tiene su consumación en los estilos electrónicos, en el dub, en el psybient, en el trip hop y, de manera enérgica, en el psy trance. En definitiva, músicas que tienen como objetivo crear un viaje, un tránsito, más que una escucha aislada, sometida y sistemática, lejos de criterios matemáticos simples.
Se transforma así el espacio de la creación en un espacio topológico y la suspensión en un extracto de una totalidad dinámica e imposible de ser poblada completamente en su extensión. La mínima variación se vuelve estridente y se hace necesaria. Podríamos tirar los dados para darnos cuenta de esa sensación de movilidad. Escribo en un poema de la serie Suspensión:
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"No renunciar al salto mortal del cuerpo piedra,
cuerpo laminar que recorre los espacios,
sino subsumir la mirada a la multitud de lo dado:
jugar es poner el deseo en las seis caras.

(El mapa corporal que nos produce
sigue siendo tan material como el fuego)

El salto desde la concavidad profunda se produce por
un anudamiento imperfecto:
los tres aros se conectan de manera desfasada de su centro.

El órgano circular, ojo, se expande y se contrae.
Profundidad cartilaginosa que nos devuelve el mundo
de la grandes circunferencias o de los granos de arena:
no hay hueco laminar,
hay aproximaciones o alejamientos."
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Será cuestión de pasar por el anillo que nos anuda, de manera inconsciente. De sobrevolar y abrir ventanas que nos devuelvan ese techo invencible y, a la vez, peligroso por lo salvaje de su quehacer.

jueves, 20 de mayo de 2010

Motor psico: el mercado de todo amor

Serres habla del fuego como el motor, el movilizador de su discurso.
En la Argentina, el indio Solari, en la canción Motor psico, encuentra otro motor más obtuso y, quizás, menos cientificista. Es el amor: disturbio altisonante que nos hace perder todas las fichas en el juego, salir del mismo y de nosotros mismos, regular el mercado de otra manera. Barthes reinventa el amor en sus fragmentos de discurso amoroso y encuentra un goce en el texto, cuando el texto destruye las normativas del deseo y corrompe así la sintaxis, la lógica.
Deleuze vive en esa destrucción sintomática del discurso: el esquizo-análisis es una atomización del triángulo edípico, el padre se acuesta en las rodillas del niño, el padre asesina al hijo en un sacrificio (recordemos a Kierkegaard explicando el sacrificio fallido de Abraham en Temor y temblor). En definitiva, el deseo más que volverse inaprehensible se vuelve el fuego mismo, el motor. Se desea desear, todo el tiempo. De esta manera, se destruye el juego del lenguaje, para el amor queda el autismo o la ecolalia. Deleuze escribe:
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En vez de haber perdido no se sabe qué contacto con la vida, el esquizofrénico es el que está más cerca del corazón palpitante de la realidad, en un punto intenso que se confunde con la producción de lo real, y que hace decir a Reich: "Lo que caracteriza a la esquizofrenia es la experiencia de ese elemento vital... en lo que concierne a su sensación de la vida, el neurótico y el perverso son al esquizofrénico lo que el sórdido tendero al gran aventurero". Entonces vuelve la cuestión: ¿Quién reduce al esquizofrénico a su figura autista, hospitalizada, separada de la realidad?
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Ese resto que queda, en el amor, esa conexión al vacío que defigura las figuras padre- madre- hijo tal como el neurótico Freud las racionalizó, en el triángulo edípico, se reconfiguran y pueden llenar cualquier espacio simbólico. El efecto de lo real, las manifestaciones del mercado capitalista, generan disturbios en esta configuración mítica del discurso freudiano. El esquizofrénico, de alguna manera, es el que se ve liberado de ese entramado lingüístico y puede ocupar cualquier espacio, recorrer el espacio como quiera frente al neurótico que prefiere la casa tranquilizadora e inmovilizadora del psicoanálisis: "soy así porque mi papá...", "mi mamá siempre..., entonces yo..."
Frente a ese espacio, el mercado del amor se constituye de una manera más compleja. Foucault leía en Edipo Rey de Sófocles la caída de un imperio. El indio Solari escribía en una de sus canciones que los que se quieren, se dicen cualquier cosa. Quizás en esa libertad para transmutar los sentimientos, las ideas y los paradigmas se encuentre el desarme de un mercado del amor: el discurso psicoanálitico, la consecución lógica que todo lo encierra en el entramado padre-madre-hijo.
Esta discusión reactualiza una disputa que encontramos en Platón y Aristóteles: lo macrocósmico frente a lo microcósmico. Encerrar el discurso en el núcleo social mínimo: la familia, o transferir la historia de una familia en su seno social: El imperio capitalista. Quizás en el anudamiento entre estas dos historias se encuentre la respuesta. Gracias al efecto del mercado capitalista, las leyes del padre no son tan leyes como cree el estático psicoanálisis, la madre no es tan deseada como parece, el hijo en vez de matar el padre, es sacrificado por el mismo. La estructura esquizofrénica maneja el mundo: la de las tramutaciones, los recorridos, los sin sentidos de la bolsa y sus números completamente virtuales, la variación de los precios, los estallidos sociales (como actings comunitarios). ¿Cómo establecer una relación triádica en un mundo así? El amor, esa forma extraña y casi intuitiva de comunicación (vuelvo a recordar la frase del indio Solari), espera para desarmar el imperio.
Fito Paez lo resume de esta manera:
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Están partiendo el mundo por la mitad,
están quemándose las velas.
Están usándome, están riéndose
y mi canción es un antídoto liviano
No es que no te crea
es que las cosas han cambiado un poco.
Es mi corazón quien decide entre el mar y la arena.
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Necesito verte antes que sea demasiado tarde.
casi son las tres, tres agujas tengo en la cabeza.
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Una cuerda es una bala,
el amor un ejercicio
una iglesia es como un circo.
No, es que yo no quiero más nadar en piletas.

viernes, 14 de mayo de 2010

Una aproximación a Michel Serres

Michel Serres nació en 1930, es filósofo e historiador en ciencias, también sirvió a la Marina Francesa, experiencia que también se fundió con su quehacer filosófico.
En 1977 forma parte de un seminario organizado por Claude Lévi-Strauss que se llamó "La identidad". Desde el principio de su conferencia, Serres va a situarse como un extranjero del discurso universitario. Desde este linde, va a intentar dar cuenta de la identidad como transfigurativa, una especie de Penélope que teje y desteje. Va a explicar que cada cultura trama variedades y que esas variedades son transfigurativas, van mutando y circulando. El ejemplo principal que da es el de los espacios: uno recorre distintos espacios y va mutando según los espacios que recorre. El umbral, el entre-decir, la transformación sería el lugar de Serres, lugar de extranjero, de hermafrodita. La invariante es el trazado del recorrido (de ahí que las personas que no pueden transfigurarse según los espacios sean anómalos).
Como dice este autor "ya no sé señalar el límite entre el relato, el mito y la ciencia". La delimitación de los discursos nos hace olvidar los puentes y las grietas que surgen entre ellos: puentes que unen lo desconectado, grietas que desconectan y conectan lo desconectado.
La Alquimia es una obra de circulaciones, la práctica del crítico literario también. El alquimista se funde con la naturaleza, con las circulaciones del agua a través de la atmósfera y la tierra y actúa sobre esa circulación. En su laboratorio, reproduce la circulación atmosférica en las sucesivas destilaciones filosóficas. De ahí se transforma en fogonero y pone en juego el calor como principio motor de sus destilaciones. Cada destilación transformará la materia impura que el obtuvo de la naturaleza en mercurio precioso pero también lo transformará al mismo alquimista. Frater Albertus, en Manual del alquimista escribe:
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Debemos hacer el trabajo por nosotros mismos, porque nadie puede hacerlo por nosotros. Empezaremos a realizar que nada es por más tiempo tan individualista como parecía antes. Nosotros es el término en el que pensaremos. Nosotros, Dios y yo, humanidad y yo, se entrelazan, el "yo" pierde su significado; se sumerge en el Todo Cósmico. "Yo" se convierte en muchos, como una parte de muchos que tienen su fin en uno. La individualidad, aunque todavía existe, se convierte en la "individualidad total".
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Serres pensará estas circulaciones como una serie donde el azar y lo determinado se entrelazan. Como las novelas de Emilio Zola, que repiten lugares, situaciones y que, sin embargo, se producen desvíos en esas circulaciones. Como el obrar del alquimista, que dentro de la misma circulación atmósferica puede encontrar una sustancia totalmente diferente de una circulación anterior. La filtración del texto deja cierto número de residuos irreductibles.
En esta serie se combinan elementos de un mismo conjunto. La serie es puramente matématica y temiblemente azarosa. Por eso, en la labor alquímica existe mucho la frustación del aprendiz que quiere, rápidamente, maniobrar las circulación, entender el recorrido. Muy parecido es el error kantiano: proyectar un sólo espacio para la estética, cuando se pueden detectar varios espacios, abundantes. Tantos espacios como recorridos haya sobre la estética (espacio múltiple y abierto a todo tipo de series).
En definitiva, lo que importa realmente es la intersección, la interconexión de esas multiplicidades. Se crea así un universo sin centro ni eje, donde cualquier punto puede ser conectado con otro, sea discursivo o material: el espacio del lenguaje se conecta con el espacio del laboratorio con el espacio de la fábrica y de la familia. Es inadaptado el que no entiende esta transmutación o el que rechaza este traspaso. En palabras de Hocquenghem y Scherer:
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universo acósmico, sin dios ni centro. Sin ser átomos, los granos de polvo que danzan en un rayo de sol constituyen la presentación visible del movimiento atómico universal. El sólido más pequeño, refinado hasta hacerse sutil, es también la fuerza que introduce lo que no se puede ver en el gran espectáculo de la naturaleza.
El movimiento de los átomos corroe, enmohece los grandes cuerpos. Todo se exuda, se evapora en una transformación de lo visible en invisible para producir un nuevo visible, el de los flujos, el polvo, las nubes. La materia más sutil y la más pesada forman una cadena continua cuyo agente es el átomo.

martes, 4 de mayo de 2010

Lo natural en la contemporaneidad

En este texto estamos lejos de pensar que lo natural es en sí mismo. Sabemos que lo natural es una construcción humana, tan humana como lo artificial.
Sin embargo, podemos vislumbrar en nuestros ojos, en un día de sol de otoño, ese brisa cálida que nos deja el sol en la cara, disfrutarla y decir "qué lindo pega el sol". Esa ínfima conexión con lo natural, que ya no tiene que ver con las palabras, es lo que llamo experienciación. Podemos explicar científicamente cómo el sol da la luz pero no podemos describir exactamente ese momento. Ahí descubrimos que es sólo ese sentimiento unido a la experiencia lo que nos moviliza y que sólo podemos describirlo por aproximación, podemos morderlo pero nunca atraparlo.
Ese momento nos dice que las palabras están demasiado instrumentalizadas, tecnocratizadas. Que es necesario ausentar una parte para poder decir, decir desde la ausencia, como el aroma del tilo en primavera, que se siente profundamente por más que no veamos el árbol de donde procede.
Juan L. Ortiz, quizás uno de los poetas más raros que dió la literatura argentina, escribe:
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Ella anuda hilos entre los hombres
y lleva de aquí para allá la mariposa profunda
ala del paisaje y del alma de un país, con su polen...
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Ella hace sensible el clima de los días, con su color y su perfume...
a su pesar, muchas veces, como bajo un destino.
Testimonio involuntario, ella,
de un cierto estado de espíritu, de un cierto estado de las cosas,
en que la circunstancia da su hálito...
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Pero se dirige siempre a un testigo invisible,
jugando naturalmente con la tierra y el ángel,
el infinito a su lado y el presente en el confín...
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Más es el don absoluto, y la ternura,
ella que es también el término supremo y la última esencia
con las melodías de los sentidos y los símbolos y las visiones
y los latidos
para el encuentro en los abismos... Mas tiene cargo de almas,
y es la comunicación,
el traspasado ser, "como se da una flor", en el nivel de los niños,
más allá de sí misma, en el olvido puro de ella misma...
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Y no busca nunca, no, ella...
espera, espera, toda desnuda, con la lámpara en la mano,
en el centro mismo de la noche
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la interconexión ínfima e infinita entre todas las cosas es lo que demuestra este poema, una forma de percibir la naturaleza no desde los pensamientos como separados del cuerpo, sino desde el cuerpo como una forma de poner en práctica nuestros pensamientos, contradicciones y sentimientos (sentimientos tiene su raíz en sentir que nos lleva directamente a los cincos sentidos, al cuerpo). "Un cuerpo sin órganos" diría Artaud y repetiría Deleuze, que infinitamente se va construyendo a sí mismo y desarticulándose para conformarse nuevamente, conectado con el cosmos y, al mismo tiempo, mirando hacía el interior. Como si el cosmos en realidad fuese un reflejo de lo que nosotros somos, tememos, ansiamos,callamos... Como si la verdad de "allá afuera" sólo se encuentre adentro de nosotros, y viceversa. Esa verdad, ella, espera desnuda en el centro mismo de la noche.
Miguel Ángel Bustos nos responde:
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Afuera oigo la lluvia, adentro siento la lluvia. Mi cuerpo de barro se deshace.