jueves, 20 de mayo de 2010

Motor psico: el mercado de todo amor

Serres habla del fuego como el motor, el movilizador de su discurso.
En la Argentina, el indio Solari, en la canción Motor psico, encuentra otro motor más obtuso y, quizás, menos cientificista. Es el amor: disturbio altisonante que nos hace perder todas las fichas en el juego, salir del mismo y de nosotros mismos, regular el mercado de otra manera. Barthes reinventa el amor en sus fragmentos de discurso amoroso y encuentra un goce en el texto, cuando el texto destruye las normativas del deseo y corrompe así la sintaxis, la lógica.
Deleuze vive en esa destrucción sintomática del discurso: el esquizo-análisis es una atomización del triángulo edípico, el padre se acuesta en las rodillas del niño, el padre asesina al hijo en un sacrificio (recordemos a Kierkegaard explicando el sacrificio fallido de Abraham en Temor y temblor). En definitiva, el deseo más que volverse inaprehensible se vuelve el fuego mismo, el motor. Se desea desear, todo el tiempo. De esta manera, se destruye el juego del lenguaje, para el amor queda el autismo o la ecolalia. Deleuze escribe:
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En vez de haber perdido no se sabe qué contacto con la vida, el esquizofrénico es el que está más cerca del corazón palpitante de la realidad, en un punto intenso que se confunde con la producción de lo real, y que hace decir a Reich: "Lo que caracteriza a la esquizofrenia es la experiencia de ese elemento vital... en lo que concierne a su sensación de la vida, el neurótico y el perverso son al esquizofrénico lo que el sórdido tendero al gran aventurero". Entonces vuelve la cuestión: ¿Quién reduce al esquizofrénico a su figura autista, hospitalizada, separada de la realidad?
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Ese resto que queda, en el amor, esa conexión al vacío que defigura las figuras padre- madre- hijo tal como el neurótico Freud las racionalizó, en el triángulo edípico, se reconfiguran y pueden llenar cualquier espacio simbólico. El efecto de lo real, las manifestaciones del mercado capitalista, generan disturbios en esta configuración mítica del discurso freudiano. El esquizofrénico, de alguna manera, es el que se ve liberado de ese entramado lingüístico y puede ocupar cualquier espacio, recorrer el espacio como quiera frente al neurótico que prefiere la casa tranquilizadora e inmovilizadora del psicoanálisis: "soy así porque mi papá...", "mi mamá siempre..., entonces yo..."
Frente a ese espacio, el mercado del amor se constituye de una manera más compleja. Foucault leía en Edipo Rey de Sófocles la caída de un imperio. El indio Solari escribía en una de sus canciones que los que se quieren, se dicen cualquier cosa. Quizás en esa libertad para transmutar los sentimientos, las ideas y los paradigmas se encuentre el desarme de un mercado del amor: el discurso psicoanálitico, la consecución lógica que todo lo encierra en el entramado padre-madre-hijo.
Esta discusión reactualiza una disputa que encontramos en Platón y Aristóteles: lo macrocósmico frente a lo microcósmico. Encerrar el discurso en el núcleo social mínimo: la familia, o transferir la historia de una familia en su seno social: El imperio capitalista. Quizás en el anudamiento entre estas dos historias se encuentre la respuesta. Gracias al efecto del mercado capitalista, las leyes del padre no son tan leyes como cree el estático psicoanálisis, la madre no es tan deseada como parece, el hijo en vez de matar el padre, es sacrificado por el mismo. La estructura esquizofrénica maneja el mundo: la de las tramutaciones, los recorridos, los sin sentidos de la bolsa y sus números completamente virtuales, la variación de los precios, los estallidos sociales (como actings comunitarios). ¿Cómo establecer una relación triádica en un mundo así? El amor, esa forma extraña y casi intuitiva de comunicación (vuelvo a recordar la frase del indio Solari), espera para desarmar el imperio.
Fito Paez lo resume de esta manera:
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Están partiendo el mundo por la mitad,
están quemándose las velas.
Están usándome, están riéndose
y mi canción es un antídoto liviano
No es que no te crea
es que las cosas han cambiado un poco.
Es mi corazón quien decide entre el mar y la arena.
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Necesito verte antes que sea demasiado tarde.
casi son las tres, tres agujas tengo en la cabeza.
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Una cuerda es una bala,
el amor un ejercicio
una iglesia es como un circo.
No, es que yo no quiero más nadar en piletas.

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