jueves, 24 de junio de 2010

Imaginación heterogenética

Invento algunos postulados. Postulados no suceptibles de un encastre simétrico y sistemático, sino como un espacio pentagramático donde contraer y expandir fuerzas. Estos postulados surgen a la luz de la experiencia, sobre todo, de la experiencia de estar escribiendo una serie de poemas que le puse como nombre Suspensión.
En principio, encuentro el espacio del entresueño en el que estoy sumergido ahora (a las 7 de la mañana) mientras escribo esto: espacio transicional entre universos.
Universos que crean su propia librería experiencial: por un lado, los textos que leí, por otro lado, los textos que nunca leí y que se sueñan como posibilidades errantes. Al mismo tiempo existe el mundo con su miasma dinámica, a la vez simbólica y real: sabemos que, mediante los granos de polvo que vemos en los rayos de luz que atraviesan una ventana, podemos vislumbrar la idea del átomo.
Triada que compone el cuarto elemento: ese no se qué que tienen, en algún tango, las callecitas de Buenos Aires. Ese no se qué incomprensible pero que está, sabemos decididamente que está. Y si hay cuarto elemento, es seguro que haya quinto, sexto, séptimo y al infinito."El que no tiene universos que lanzar sólo hará palabras"(Bustos). Y los que transitan universos generarán campos en movimiento que sustenten su huida musical, pentagramática.
Así la suspensión de la palabra es ese momento literal donde levantamos la vista de la página y miramos alrededor (sin mirar), nos sumergimos en ese otro estado que no tiene nada que ver con lo que estabamos leyendo pero, a la vez, eso fue el causante de la declinación a un universo diferente:
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"Para evocar los valores de intimidad, es preciso, paradójicamente, inducir al lector, a un estado de lectura suspensa. Es en el momento en que los ojos del lector abandonan el libro, cuando la evocación de mi cuarto puede convertirse en umbral de onirismo para los demás."
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Este es Bachelard y sus imágenes-sueño que forman ese pentagrama por el que oir la música de nuestros propios sueños. Ya no se trata de palabras sino de pulsaciones que tocar intimamente en el otro, el lector. Es a la médula salvaje a la que se apunta y no a la mirada rectificadora del saber claro y distinto. Esta es la gran diferencia entre la metáfora, siempre tan intelectualizada, siempre tan dócil y la imagen, extracción suspensa de universos en movimiento.
Desde la imagen en movimiento se produce un efecto de cromatismos, tonalidades, acercamientos y alejamientos, sonidos que vibran, reverberan, fluyen. Toda una poética que comienza a rodar en occidente desde la música electroacústica, con John Cage y Mauricio Kagel, se conforma con Brian Eno y Philip Glass, y que tiene su consumación en los estilos electrónicos, en el dub, en el psybient, en el trip hop y, de manera enérgica, en el psy trance. En definitiva, músicas que tienen como objetivo crear un viaje, un tránsito, más que una escucha aislada, sometida y sistemática, lejos de criterios matemáticos simples.
Se transforma así el espacio de la creación en un espacio topológico y la suspensión en un extracto de una totalidad dinámica e imposible de ser poblada completamente en su extensión. La mínima variación se vuelve estridente y se hace necesaria. Podríamos tirar los dados para darnos cuenta de esa sensación de movilidad. Escribo en un poema de la serie Suspensión:
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"No renunciar al salto mortal del cuerpo piedra,
cuerpo laminar que recorre los espacios,
sino subsumir la mirada a la multitud de lo dado:
jugar es poner el deseo en las seis caras.

(El mapa corporal que nos produce
sigue siendo tan material como el fuego)

El salto desde la concavidad profunda se produce por
un anudamiento imperfecto:
los tres aros se conectan de manera desfasada de su centro.

El órgano circular, ojo, se expande y se contrae.
Profundidad cartilaginosa que nos devuelve el mundo
de la grandes circunferencias o de los granos de arena:
no hay hueco laminar,
hay aproximaciones o alejamientos."
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Será cuestión de pasar por el anillo que nos anuda, de manera inconsciente. De sobrevolar y abrir ventanas que nos devuelvan ese techo invencible y, a la vez, peligroso por lo salvaje de su quehacer.